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No sé qué me animó a empezarlo.No sé nada de ella, ni siquiera su nombre.De hecho, nunca hemos hablado, ni una sola palabra.Sé que trabaja en la pequeña biblioteca de nuestra ciudad y que tiene más o menos mi edad, unos cincuenta años.Como yo, una persona normal, no guapa ni sexy, ligeramente regordeta y siempre vestida elegantemente con una blusa y una falda acampanada que le llega a la rodilla.

El sexo era lo último en lo que pensaba mientras me sentaba en una pequeña mesa en el rincón más alejado de la pequeña biblioteca.Haciendo memoria, no recuerdo el libro que estaba leyendo.Lo que recuerdo es verla de pie a mi lado, de espaldas a mí, mientras recolocaba los libros en una estantería.

Mirando hacia ella me cautivaron sus piernas, de nuevo, no sé por qué había algo en la forma de sus pantorrillas y la longitud de su falda.

Ni siquiera recuerdo haber tomado una decisión consciente de hacerlo, pero alargando la mano, toqué suavemente el dorso de su pantorrilla izquierda.

No hizo ni un solo movimiento.Ningún intento de alejarse, ningún arrebato de ira al ser tocado, simplemente nada.

El tiempo pareció detenerse mientras deslizaba mi mano más arriba de su pierna, sin obtener todavía ninguna reacción, aparte de que ella separara ligeramente las piernas.

Pulgada a pulgada mi mano se deslizó hacia arriba hasta que mis dedos tocaron un coño peludo desnudo.Sin embargo, no mostró ningún signo de alarma ni de aceptación.

Con cuidado, introduje dos dedos en su húmedo coño y empecé a meterle los dedos suavemente.

Ahora, por primera vez, reaccionó y, tomando suavemente mi muñeca, apartó mi mano de su coño y la volvió a colocar sobre la mesa.

Antes de que me diera tiempo a recuperar la cordura, se alejó silenciosamente hacia una pequeña puerta en la pared del fondo y, volviéndose para mirarme, me hizo una señal con un dedo para que la siguiera.

La puerta se abría a una pequeña habitación que contenía hileras de libros polvorientos y un enorme sillón de cuero.

Mientras la seguía a la habitación, mi silenciosa compañera cerró la puerta tras de mí y giró la llave en la cerradura.En total silencio, se acercó a la silla.Se subió la falda hasta la cintura y se sentó en ella, colocando una pierna sobre cada brazo.

Como en un sueño, me arrodillé ante ella e, inclinándome hacia delante, utilicé ambas manos para abrir los labios de su peludo coño y dejar al descubierto un clítoris bastante pronunciado y los húmedos pliegues internos de un coño maduro.

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